El sábado 13 de diciembre, a las 19 horas, se presentará en el Casino de Dalías el libro ‘Luz Corriente’ de Francisco Baena Díaz (Editorial Pre-textos, colección de Narrativa).
Cuenta una leyenda que desde siempre, con cada nacimiento, se produce fatalmente una fisura. Por ella se derrama una suerte de sustancia inmaterial que, inmediatamente, se disuelve en el vacío al que emerge el nuevo cuerpo, imantándolo. En su intento de recuperar eso que le falta desde su llegada al mundo, el mortal persigue su estela sin descanso, siempre en vano. Y así seguirá siendo, con cada nacimiento, hasta el fin de los tiempos. Pero cuenta otra leyenda que, también desde siempre y por siempre jamás, alguna otra sustancia se salva, sobrevive a la pérdida del cuerpo y pasa de generación en generación. Tras la muerte de su padre, Martín se pregunta qué temblor atraviesa la médula de los Albendín. Rememora los escenarios donde se produjeron los nacimientos de tres generaciones sucesivas y se cuestiona si los vacíos que succionaron la sustancia original, marcando a cada uno con su falta, no influirían también en lo que, en cada uno, restó.
Francisco Baena Díaz (Madrid, 1967) es coordinador de exposiciones del Centro José Guerrero y escritor de arte y estética. Además de artículos en revistas especializadas, catálogos de exposiciones y libros colectivos, ha publicado Vendas para los ojos (2007) y Olor a sangre en la nariz (2010).
En el al acto, además de su autor, Francisco Baena, quien firmará ejemplares de la novela, estará en el Casino el escritor y activista cultural Pepe Criado.
(fragmento) «El Pecho Cuchillo es la pendiente muy pronunciada que corona la montaña que preside Dalías. Por extensión, es la montaña misma. Martín siempre creyó que el nombre venía por analogía, ya que a cierta distancia (bajando a Balerma, por ejemplo) el perfil de la cordillera se asemeja a un cuerpo yacente, de modo que a la altura de lo que sería el pecho quedaría justamente un tajo que es a la sazón el que está sobre Dalías. Siempre había visto en la línea que dibujaban las montañas la figura de un hombre, un coloso, un gigante sarraceno para más señas, ya que en la cabeza se representaba una suerte de turbante, y además era natural en aquellas tierras de rebeliones moriscas. Ahora imaginó que en realidad fuera una diosa. Y que de su pecho herido, del interior (de la tierra), manara invisible esa energía radiante que bañaba a sus hijos». Luz corriente, pp. 89-90.